lunes, 13 de marzo de 2017
The love cats
Aquella mujer los amaba. Se reía cada vez que esos diablillos de cuatro patas se acercaban a sus piernas y se autoacariciaban con la textura de sus jeans. Podía estar horas fotografiandolos en sus diversas actividades. Siempre se preocupaba de que no les faltara leche ni cariño. Se sentía la salvadora de aquellos tres gatos que había rescatado cuando eran pequeños, seguro que les dio mejor vida de la que hubiesen tenido al amparo de la crueldad callejera. Los animales sabían agradecerle, le demostraban cariño a destajo y, me daba la impresión, entendían todo lo que ella amorosamente les decía. Su ropa tenía impregnada los pelos producto de las incontables noches que pasaba durmiendo al lado de las mini bestias. Entraban a su habitación sin permiso y destrosaban los peluches que guardaba de falsas relaciones anteriores. La vida pasó coloridamente mientra tuvo a sus pequeños acompañanates cerca suyo, eran parte de ella, eran su familia y sus amigos más cercanos.
Todo se comenzó a desvancer cuando se fue el primero, un día se durmió y no despertó jamás. El segundo fue atropellado, en un solo descuido, justo en medio de la avenida principal. El tercero, un año despues, enfermó y sufrió, una mañana en que su dolor parecia incontrolable, decidió dormirlo para siempre. Ya sin sus amiguitos cerca, intentó reemplazarlos, pero la verdad es que no era una opción, el sentimiento había muerto. Se cubrió con un sentimiento de angustia y la depresión le fue mordiendo los talones el resto de su vida. Lloraba desconsolada en la ducha y no concebía el hecho de caminar hasta el trabajo. No habían razones ni nada, el mundo ya no era igual, la vida no era nada. Una noche de julio, una noche fría y lluviosa, se sirvió una copa de vino mientras observaba el techo en su departamento de una habitacion. Los fantasmas rondaban su casa, sus brazos, jugaban en sus sillones y maullaban desde lejos.
No tiene caso intentar enlazar las relaciones comunes con las personas si siempre serán vacias y vanas. La falta de un verdadero amor degrada, sobre todo cuando lo tuviste y te acostumbraste a él. Ella notó todo eso, tomo los calmantes que le habia resetado aquél erudito sicólogo, los tomo de golpe acabando la copa de vino. Se sirvió otra y se sentó. Nunca bebía mucho, pero seguramente la situación lo ameritaba. Se acostó sobre la manta que abrigaba a sus tres mosqueteros y poco a poco la fue venciendo el sueño. Fue la última vez que se sintió sola, mientras escuchaba, cada vez más de cerca, maullidos en tres diferentes tonos que conocía de toda la vida.
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