martes, 31 de enero de 2017

Not a Disney tale

Había una vez, una princesa que vivía en un pequeño castillo rodeado de asfalto y bares. Está chica habia intentado huir de sus padres toda la vida, decía que ellos la controlaban y no tenía ganas de una vida tan estructurada. Con el paso del tiempo y, despues de haber probado suerte en una larga lista de lugares, llegó a un castillo en el cual habian muchas cosas defectuosas, pero parecia cálido y podria vivir con un poco más de libertad. El pequeño castillo era habitado por un príncipe del cual la princesa creyó enamorarse y con el qué fue feliz muchos años. Un día, sin previo aviso, le comenzaron a crecer enormes alas parecidas a las de un murciélago, alas enormes como cometas hechas de bolsas de basura que se extendían lentamente y de manera viscosa, pero a la princesa no le importó y fue feliz por muchos tiempo más. Luego notó qué el principe tenía nueva dentadura, unos grandes dientes similares a los de un león pero, de nuevo, no le importó. La princesa estaba dispuesta a conseguir su felicidad a cualquier costo. Hasta qué un día en la cama, mientras hacian el amor en la alcoba real y, la princesa, se aferraba a su espalda, sé dio cuenta que su piel era escamosa como un pez gigante, como lagarto. Sólo en ese momento se percató de qué el príncipe, dueño de sus movimientos y sus pensamientos, era en realidad un dragón. Un dragón que la controlaba sin darse cuenta y qué, dentro de su vida, estaba en la misma situación de la que habia escapado en su antiguo castillo. El dragón le ordenaba cosas, le gritaba y no la dejaba salir ni ver a nadie, el mismo dragón que ella alimentaba y cuidaba. La princesa, entonces, fue prisionera en aquél lugar que ella consideraba su lugar de escape o de reinvención. Un día, sin previo aviso, los subditos, quiénes sentían un gran aprecio por la princesa, fueron al castillo y elaboraron planes para rescatarla. El herrero, por ejemplo, dijo que haría espadas gigantes para atravezar el corazón del dragón, pero en cuanto tuvo las espadas, el dragón respiró fuego tan fuerte que fundió las espadas y el craneo del herrero en un solo suspiro. El cortesano encargado de los caballos dijo que conseguiría el caballo más veloz del Reino para qué la hermosa princesa pudiera arrancar, lamentablemente el dragón se dio cuenta antes y, de un sólo bocado, se tragó al caballo y a su dueño. El panorama era desolador. Sin embargo, un día llegó el bufón de la corte. Era un tipo extraño, con un humor bastante torcido como para ser considerado gracioso. El bufón dijo: "tranquilos coterraneos, distraeré al dragón con mi guitarra, chistes y canciones. Ustedes lleven a la princesa a un lugar seguro mientras el dragón esté riendo y bebiendo". Listo, el plan estaba hecho. Llego el día en qué el dragón y la princesa, quienes no eran reyes porqué aún no se casaban, llamaron al bufón para entretenerse. El bufón llegó con su guitarra, contó un par de chistes y todos rieron de buena gana. El plan iba a la perfección. Sin embargo, no contaban con lo que sucedió a continuación. En el momento en qué el humilde bufón cantó con su guitarra canciones qué emocionaron a todos y recitó poemas llenos de sentimiento, la princesa no pudo hacer otra cosa que enamorarse perdidamente de aquel pobre diablo. Fue casi instantáneo. El bufón también, al mirarla a los ojos y notar su hermosa cara sonrojada, cayó rendido en sus encantos y se enamoró de la princesa. Las miradas hablaron por si solas, un diálogo mental en el cual tejieron su amor en cosa de segundos, ninca habian sentido algo así. El plan había fallado para ambos. Sin embargo, el bufón deseaba que la princesa fuera libre, aunque esto significara no volver a verla. Les hizo una seña a los demás subditos para que la sacarán de ahí mientras el dragón dormia una siesta. La princesa lo dudó demasiado tiempo y el dragón despertó. Todo se había ido a la cresta. El bufón le preguntó tranquilamente a la princesa porqué no había querido huir. La princesa le respondió, beso de por medio, qué ya había construido una vida alrededor del dragón y qué, a pesar de amar al bufón, no podrían ser felices nunca, ya que el dragón los buscaría toda la eternidad hasta encontrarlos. El bufón se fue triste a su casa de madera, pensando como hacerlo para rescatar a la encantadora princesa qué disfrutó de sus inocentes poemas. La cosa era fácil, sólo debía esperar a que el dragón se durmiera y ella debía salir corriendo al encuentro del ridículo bufón. Pero cuando estaban intentando escapar, el dragón se dio cuenta de todo y los increpó a ambos. La princesa asustada por la vida del bufón, aceptó quedarse con el dragón por toda la eternidad a cambio de qué dejara vivir al humilde poeta. El dragón aceptó, no sin antes quemar la casa del bufón para que no tuviera cabida en el Reino. Pasaron los dias y el bufón trató de costruir su hogar, era difícil y no sabía si quería seguir viviendo ahí. Todo le recordaba a su amada princesa. Lo único qué lo ató a ese lugar es que muy de vez en cuando, la princesa le enviaba un pajarillo rojo con una carta, diciendo que estába bien y que el también debería estarlo, qué la resignación es parte de la vida y que todo iba a estar bien. El bufón nunca se fue y la princesa nunca dejó al dragón. Pero una cosa es segura, el corazón del bufón latía cien veces mas rápido cuando veia qué se acercaba aquél encantador pajaro rojo, aunque fuera en sus sueños. Le escribió sus mejores poemas y canciones, sin la certeza de que los leyera o escuchara. No vivieron felices para siempre. Fin.

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